"Sólo sígueme..."

emos estado esperando toda la semana para ir a la cima de la montaña Whistler. Allí hay un monumento Inukshuk. Bajamos del telesilla y nos quedamos asombrados. Es precioso. Espectacular. Imagina un superlativo y se aplica al espectáculo de la vista que nos rodea. Después de asimilarlo todo, decidimos cómo bajar. Alysha quiere bajar por la cara. Cristina es la primera en decir que no. Noelle y Susan siguen a Cristina. Ed nos sigue, pero echa un vistazo al acantilado y da media vuelta. Alysha me mira y no puedo decir que no (tengo que aprender a decir que no). Así que se van y yo giro a la izquierda para seguir a mi hija mediana.

Llegamos a un camino con montículos que me llegan a la cintura. Tiene unos dos metros de ancho. No hay manera. Alysha ya está abajo, haciéndome señas. No soy tonto, así que me siento sobre mi trasero y me deslizo por él, bache a bache unos 3 metros. El camino se ensancha y ya estoy en el cuenco. Un niño y sus padres pasan zumbando. Me pongo de pie.

El problema de sentarse y deslizarse es que no es precisamente una inyección de confianza. Mientras estoy de pie me doy cuenta de que debería haber prestado más atención. El cartel decía que era la forma más difícil de bajar. No sé en qué estaba pensando. Es muy empinada, cruda y llena de altos moguls. Consigo bajarla un poco hasta que Alysha grita: "Tenemos que ir a la derecha por esas huellas de gato".

La veo bajar un poco más y atravesar. Parece fácil. Así que la sigo.

Ahora, es un testimonio de mi verdadero amor y devoción que creo que Alysha sabe a dónde va. Alysha tiene fama de perderse. De todos los miembros de nuestra familia, es la que más se equivoca de camino (aparte de mí).

Así que me voy, atravesando y siguiendo. Y entonces estoy en las huellas del gato y me doy cuenta. ¡Santo cielo! Las únicas huellas son las de Alysha y estoy en la cara de una roca/acantilado/descenso. Me quedo helado y decido tumbarme en la montaña mirando hacia arriba.

Alysha está a unos 10 metros delante de mí. "Vamos mamá" me grita amablemente. El hecho de que ella no está actuando impaciente o fuera es una pista para mí. Sabe que tiene que ser amable porque estoy atrapada en un precipicio.

No puedo moverme. Miro hacia abajo y no hay nada. Si mi esquí se mueve un centímetro a la derecha, me salgo del borde. "No puedo hacerlo", grito. Y entonces empiezo a ponerme al borde de la histeria (vale, puede que completamente histérica). Pienso: me voy a mover y todo, incluida yo, se va a caer. Empiezo a pensar en las alturas y en lo poco que me gustan. No puedo levantarme. No puedo moverme. Empiezo -sí, lo admito- a llorar. Boo Hoo. Y las lágrimas flotan hasta el fondo de mis gafas.

Alysha se quita los esquís y empieza a subir un poco. Sigue siendo dulce y alentadora. De alguna manera me pongo de pie y me inclino hacia la derecha. Estoy temblando de miedo. Me las arreglo para mantenerme encima de esa roca gigantesca y llegar hasta ella antes de que empiece a tener un ataque de nervios. "Podría haber muerto", balbuceo. Y ella me sonríe. "¡Buen trabajo mamá!" Aaargh. Si no llevara esquís, me habría dado un pisotón. "Nunca jamás volveré a seguirte, casi me matas".

Dice algo tranquilizador y termina de flotar por la cara. Voy tan rápido como una babosa abriéndome paso con cuidado por el terreno. No tengo confianza. Me siento como si tuviera tres años y ella se hubiera convertido en mi madre. Por fin, llegamos al fondo.

¡Yay moomy! Si no llevara guantes estaría aplaudiendo. Intento mirarla mal pero no funciona.

La primera carrera de 2011 el día de Año Nuevo. Me pregunto qué nos deparará el resto del año...

En la foto: Cristina, Alysha, Noelle, mi hermana Susan y yo (con el abrigo rojo).

Karen Koehlerfamilia