No hay tiempos muertos
Respiro por la boca. Porque la nariz está tapada.
En medio de cuatro días de deposiciones en Vancouver WA. Me pongo enfermo la noche antes de salir de Seattle. El primer día finjo que estoy bien. Esto sólo funciona en mi mente.
Estamos en una gran sala sin ventanas, en un taller de maquinaria reconvertido. Hay tres mesas juntas. En un extremo nos sentamos el testigo, el taquígrafo judicial, yo y el principal abogado defensor, Nic. A mi lado está mi maravilloso compañero Gordon, que ha venido desde Wisconsin. Todos los demás se amontonan en el otro extremo, lo más lejos posible del soplador de gérmenes. En esa sala hay desde siete abogados en adelante, más gente de seguros, gestores de riesgos, el tutor.
Estas deposiciones han sido programadas durante meses. Esto significa que no puedo estar enfermo. El taquígrafo me trae una caja gigante de pañuelos de papel. Los voy tirando uno a uno en el cubo de basura negro que hay a mi derecha.
El primer día me siento bastante bien "no" estar enfermo. La nariz es un grifo pero por lo demás, ningún problema. Decido comprar sudafed esa tarde. No hay suerte, en Oregón se necesita receta médica. Gracias traficantes de metanfetamina. Consigo nyquil, compro comida china en mal estado, salgo a correr un poco en la cinta y doy por terminada la noche antes de las once. No es una buena señal.
Segundo día. Despertar con nieve que no se pega. El malestar sigue presente. La nariz no me gotea tanto. En cambio, parece que las cosas malas se han instalado en mi cabeza.
Vuelve al calabozo de declaraciones. Tres socorristas van a declarar por la mañana. Se siente como si estuviera bajo el agua. A veces mis oídos están tapados. Cuando llegue el momento de ver las transcripciones de vídeo, podrás oírme ah-chooing. Es miserable. No puedo pensar muy bien. Trabajo duro. Sospecho que mañana será peor.
Día tres. Sí, es peor. Es tan malo que no voy a escribir sobre ello más que decir. Menos mal que el hotel está al lado de los taquígrafos. Porque tengo que volver a la habitación a tumbarme cada vez que hay un descanso.
Cuarto día. Quedan dos más. En realidad me siento un poco mejor. Pero no mucho. Los termino, y de alguna manera me las arreglo para conducir tres horas hasta casa. A la cama. Y recuperarme durante el fin de semana.