Yogalysha ataca de nuevo
Tuve que sobornar a mis hijos para que leyeran.
Empezó cuando Cristina llegó al instituto y las otras dos estaban en primaria. Nunca quisieron leer por placer.
Cuando era pequeño, iba todas las semanas a la biblioteca de Lake Forest Park, situada debajo del centro comercial del barrio. Era pequeña. Leía todos los libros que había, a veces más de una vez. Por eso me desorientaba que mis hijas no pudieran concebir la lectura de un libro no escolar.
Para su primer programa de lectura de verano ofrecí 5 dólares por libro de más de 200 páginas. No les impresionó. Me regatearon hasta 10 dólares. Supuse que leerían cinco libros como máximo. Ese primer año todos leyeron más de 20. Se rieron de mí por ser tan tonto.
Les dejé comprar ropa con su nueva riqueza. Demasiado tarde se dieron cuenta de que, de todos modos, yo les habría proporcionado el vestuario para la vuelta al cole. Al año siguiente impusieron una nueva condición para el soborno: había que pagarlo en efectivo. A lo que yo respondí: mitad en efectivo y mitad en sus cuentas de ahorro.
Al final la estrategia funcionó. Las niñas dejaron de leer por dólares y se enamoraron de varios autores e historias. Esto se tradujo en que todas escriben de maravilla.
Aquí está el último blog de Alysha. Pone el mío a la vergüenza.