Nueva York día 2 - Tía Helen y El Rey León
Alysha jura levantarse a las 6:30. No nos levantamos hasta las 9:30, que técnicamente son las 6:30 si estamos en Seattle. Llueve cuando salimos corriendo hacia Chinatown. Cogemos el metro correcto, hacemos la conexión correcta y empezamos a caminar seis manzanas desde la calle Canal hasta el restaurante de dim sum 27 Sunshine. Durante dos manzanas, unas chinitas se acercan corriendo y nos dicen "honbo" con sus voces cantarinas. La primera mujer me mira perpleja hasta que me doy cuenta de que quieren que les compremos los bolsos de imitación de las tiendecitas que bordean la calle. La lluvia arrecia y levantamos los paraguas. De repente, empieza a diluviar y se levantan grandes ráfagas de viento a nuestro alrededor. La gente intenta luchar contra la lluvia y veo cómo un paraguas tras otro se desvanecen.
Cuando éramos niñas, mi hermana Debbie y yo nos hacíamos pasar por Mary Poppins. Cogíamos los paraguas más grandes que teníamos, corríamos hacia las rocas del descampado y saltábamos de ellas simulando que volábamos. Yo soñaba con saltar desde el tejado para coger impulso, pero por suerte en la realidad nunca salió nada de eso.
Una cosa que he notado en los neoyorquinos, o en los turistas neoyorquinos, es que tratan la acera como si fuera un cubo de basura gigante. Mientras caminamos hacia el restaurante, veo probablemente media docena de paraguas del revés tirados a un lado con desdén por sus míseros y empapados dueños. Llegamos al restaurante y la tía Helen ya está allí. Lleva un gracioso gorro parisino de lana azul sobre su brillante melena negra de paje. Y un chubasquero beige hasta el suelo que se está quitando para descubrir un elegante jersey negro sobre vaqueros y adidas.
En la familia de mi madre había once hijos. Helen era la mayor, nacida en 1924. Nos mira y luego aparta la mirada. Me apresuro a darle un abrazo y me dice. No estaba segura de que fueras tú. Pareces la hermana de tu hija. Me encanta la tía Helen. Tiene un aspecto increíble y si mi blog se arregla algún día, subiré una foto suya. La familia de mi madre era muy guapa. Todo el mundo está de acuerdo en que la tía Helen era la más guapa. Parecía una Sophia Loren china con un cuerpo de talla 2. A los 86 años, sigue siendo preciosa. Comemos dim sum y yo pido un plato de fideos de arroz que viene en un cuenco cubierto (voy a comprar uno de esos. A quién le importa si no cocino. Puedo pedir comida para llevar y luego ponerla en mi precioso bol cubierto). Todo está delicioso. Le pregunto por qué se mudó de Chicago a Nueva York. Dice que se enamoró de un hombre y lo siguió hasta allí. Pero luego decidió que no era el adecuado para ella y rompieron. Pero se quedó en Nueva York por la gente que había conocido. Iban a esquiar, a fiestas y tenían un estrecho círculo social.
Resulta que veo que hay un mensaje de teléfono y es el conserje del hotel. Vamos a ver el Rey León y en vez de ser a las 2, es a la 1. Caramba. Rápidamente nos peleamos por el ticket de la comida -casi tengo que abordarla (no creas que no lo haré ahora)-, lo cogemos y pagamos. Salimos corriendo. En realidad esto es lo que pasa. Alysha camina muy rápido. Casi tengo que saltar para seguirla. La tía Helen va detrás. Es la única forma de saber que no tiene 60 años. La última vez que la vi fue cuando estaba con Debbie. Tenía unos 70 años y nos reímos porque literalmente teníamos que correr detrás de ella. Ahora, se mueve lentamente. Nos dirigimos al metro y llegamos a Broadway. Entramos en el teatro con 15 minutos de sobra.
Alysha saca una foto y un acomodador con camisa blanca y chaleco negro se le echa encima. Pelo rojo encrespado, gafas negras cubriendo unos ojos sombríos. Piensa en la Roseanne Roseannadanna de Gilda Radner sin un ápice de sentido del humor. Le grita a Alysha a unos tres metros de distancia, amenazándola por hacerle una foto. Alysha se disculpa amablemente porque no lo sabía. La Sra. Frizzle la fulmina con la mirada y se marcha dando pisotones. La mayoría de las personas con las que nos hemos cruzado, que no son turistas, son amables y educadas. Pero hay un número desproporcionado que son descarados y groseros. Supongo que es una reacción al trato con las masas de gente exigente y/o despistada que se agolpan en la ciudad. Alysha no deja que la Sra. Frizzle la moleste. Decidimos observarla desde un punto de vista antropológico.
Las luces se atenúan y el teatro se llena con la celestial canción de apertura y la magia visual que es el Rey León. Es encantador, divertido, conmovedor y glorioso. La forma perfecta de pasar un húmedo y borrascoso día neoyorquino. La tía Helen lleva viviendo en Nueva York desde los 20 años. Sin embargo, nunca había ido a un espectáculo de Broadway hasta hoy. De hecho, hacía más de una década que no iba a Times Square. Pienso que debe de estar agotada después de todo el día corriendo con nosotros, pero no. Volvemos a Times Square y Alysha entra flotando en una tienda de ropa. La tía Helen se pasea por esa tienda y por la siguiente y vuelve a contemplar la plaza una vez más antes de admitir finalmente que es hora de irse a casa. Nos abrazamos y nos besamos. Me alegro mucho de haber podido verte, le digo. ¿Quieres que te acompañe al metro? Oh, no, me dice. Y veo cómo se da la vuelta y se aleja, la aglomeración de gente la oculta rápidamente de mi vista.