A Nala le gusta que haga su voluntad. Me lleva de paseo. Pone su cabeza o su pata en mi pie cuando estamos sentados aquí en la oficina. Tenemos concursos de miradas que ella casi siempre gana antes de que yo me rinda y parpadee. Me parece bien.
Podría haber optado por seguir las instrucciones de la escuela de obediencia canina (que tuvo a Nala perfectamente adiestrada durante un mes entero antes de que lo deshiciéramos todo). Pero fue más feliz dejando que la propia personalidad alegre de Nala gobernara el día (y a nosotros).
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